Un día, en el futuro,
José Mª Aznar se muere de un ataque al corazón
e inmediatamente se va al infierno,
donde el diablo lo está esperando.
Realmente,
no sé que voy a hacer contigo,
le dijo el diablo;
estás en mi lista,
pero no tengo lugar para ti,
y como has sido tan malo
tienes que quedarte aquí.
Así que vamos a hacer lo siguiente:
Hay algunas personas aquí
que no fueron tan malas como tú,
así que tendré que dejar ir a alguien
y tu te quedarás en su lugar.
Es más, te voy a dar a escoger
una de tres celdas.
Aznar, que de todas maneras
no tenía otra opción, aceptó.
Así que el diablo abrió la primera celda.
Allí estaba Osama Bin Laden,
en una gran piscina.
Todo lo que hacía era zambullirse en el agua
y volver a salir.
Ese era su destino en el infierno.
No . . . pensó Aznar, esto no me gusta,
yo no soy buen nadador
y no puedo hacer eso todo el día.
El diablo abrió la segunda celda y
allí estaba Saddam Hussein,
todo el santo día picando con un martillo
una montaña de piedras.
No . . . pensó Aznar
. . . no puedo picar piedras todo el día
pues tengo problemas con el hombro.
El diablo abrió la tercera celda y
he aquí a Zapatero,
cómodamente tumbado en una hamaca,
con las manos detrás de la cabeza,
las piernas abiertas
y fumándose un largo y
aromático puro cubano.
Agachada, sobre él
se encontraba Mónica Lewinsky,
haciendo lo que ella sabe hacer mejor.
Aznar miró la escena con incredulidad
y gritó animadísimo:
¡Aquí me quiero quedar!
Entonces el diablo
sonrió
maliciosamente . . .
y gritó:
¡Mónica, ya llegó
tu relevo!
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